Rompiendo una lanza a favor de los colegas que se encargan de la defensa de los casos de corrupción
Me voy a referir brevemente a la defensa de los delitos relacionados con la corrupción porque a raíz de la detención del Presidente de la Diputación de León y de la última trama de corrupción es un tema que me toca muy de cerca, ya que colaboro habitualmente con el despacho que lo esta llevando.Se trata de la denominada “delincuencia de cuello blanco o económica”. Esos delitos en los que se utiliza el poder otorgado por un tercero para el interés personal del propio cesionario. La prevaricación, el cohecho, el tráfico de influencias… son delitos que producen una gran repulsa (y con razón) en el ciudadano medio. Ese que se ve en serias dificultades para llegar a fin de mes, mientras la televisión y los periódicos exhiben los desorbitados gastos y la vida alegre de los poderosos a los que se confió la administración del dinero público que, se supone, es el de todos.
El objeto de mi artículo no es sin embargo la corrupción en sí misma, sino los abogados que salen detrás de los supuestos corruptos en las fotografías y en los videos obtenidos en las puertas de los Juzgados, por desgracia con demasiada frecuencia en el momento actual, y la dificultad que entraña el ejercicio de su defensa.
Se trata de romper una lanza a favor de esos profesionales a los que abrasan las cámaras a la salida de prolongados interrogatorios y, posteriormente los periodistas sedientos de noticias, llamando a sus despachos, mientras los letrados buscan un hueco para trabajar o para ocuparse del resto de sus clientes. Los nervios y la tensión de declaraciones interminables, los intereses políticos en juego, los juicios paralelos tanto en las altas esferas, como en las barras de los cafés.
Son siempre procedimientos muy complejos, que conllevan largas horas de estudio, de preparación de los interrogatorios. Larguísimos interrogatorios que precisan de una profunda y estudiada preparación. A veces con un cliente que, acostumbrado a mandar, no está preparado para ser dirigido. Procedimientos, en los que la presunción de inocencia no se respeta porque los clientes ya están condenados por la opinión pública desde el momento en que salen de sus despachos esposados y su fotografía, de esa guisa, se repite impunemente en todos los informativos de la semana. Por otra parte, aunque al final de una defensa impoluta y costosísima, resulte la absolución del cliente, el precio político ya se ha pagado de antemano por lo que la victoria, de producirse, siempre es una victoria pírrica.
Por el contrario, claro está, en el otro lado de la balanza, la publicidad para el despacho, la satisfacción del trabajo bien hecho, independientemente del resultado y el haber colaborado en la aplicación de la Justicia con todas las consecuencias y en la salida de este túnel en el que parece estamos inmersos . Nadie, ni el ciudadano de a pie ni, desde luego, los profesionales del derecho, queremos una sociedad condenada. Tal y como recogía la filósofa Ayn Rand (1950):
“Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto-sacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.
Es para meditar.
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